En los pueblos españoles, la movilidad también habla en femenino. Ingenieras, gestoras y emprendedoras están creando proyectos de transporte local, talleres sostenibles y redes de vehículo compartido que devuelven vida y autonomía al territorio.
España rural no es un vacío: es el 84 % del territorio nacional y alberga al 16 % de la población. En esa geografía de distancias largas y servicios escasos, la movilidad se convierte en la frontera entre el aislamiento y la oportunidad.
Y cada vez son más las mujeres quienes deciden cruzarla para cambiar el modelo.
Según el Informe de Sostenibilidad y Movilidad Rural 2024 (MITMA), el 60 % de las personas responsables de movilidad en pequeños municipios son mujeres, especialmente en cooperativas, ayuntamientos o asociaciones locales.
El motivo no es casual: la movilidad rural está íntimamente ligada a los cuidados, la economía doméstica y la conexión social, ámbitos donde la participación femenina siempre ha sido clave.
Mujeres al volante del cambio
En Cuenca, una ingeniera llamada Marta dirige una pequeña flota eléctrica compartida que conecta cuatro pueblos de la Serranía. En Lugo, una ex conductora de autobús escolar coordina una red de transporte vecinal gestionada por mujeres mayores.
En Teruel, un taller dirigido por dos hermanas repara vehículos agrícolas y eléctricos con materiales reciclados.
Son proyectos modestos, pero todos comparten una misma ambición: mantener el derecho a la movilidad como un servicio básico y hacerlo con criterios de sostenibilidad y equidad.
El Informe Mujeres en la Transición Ecológica 2025 (MITECO) reconoce el papel de las mujeres rurales en la descarbonización del transporte: son más proclives a usar energías limpias, compartir vehículos y promover hábitos sostenibles, pero menos visibles en las políticas de movilidad.
La falta de transporte público regular ha hecho que la creatividad sea el motor de muchas soluciones.
En Castilla y León, la cooperativa Muévete Rural —liderada íntegramente por mujeres— ofrece servicios de microbuses eléctricos bajo demanda y genera empleo estable para conductoras locales.
En Andalucía, un grupo de agricultoras de Jaén impulsa el proyecto OlivaRide, una red de coche compartido que conecta explotaciones y pueblos cercanos.
Estas iniciativas son laboratorios de innovación social: utilizan apps de gestión propias, alianzas con talleres comarcales y modelos de financiación cooperativa.
El resultado no es solo movilidad: es tejido social, empleo y autoestima colectiva.
“Durante años pensamos que la movilidad era cosa de las ciudades”, explica una de las impulsoras de Muévete Rural. “Ahora demostramos que la sostenibilidad también se construye desde los caminos secundarios.”
La movilidad como herramienta de igualdad
La movilidad rural tiene rostro femenino porque nace de la necesidad de cuidar, pero evoluciona hacia el liderazgo.
El Informe de Igualdad Territorial y Cohesión 2025 (Comisión Europea) apunta que mejorar el acceso al transporte rural podría aumentar la tasa de empleo femenino en un 9 % en zonas despobladas, al reducir las barreras de desplazamiento.
Y ahí la automoción tiene una oportunidad clara: reorientar su innovación hacia las realidades locales. Desde microcoches eléctricos hasta talleres itinerantes o redes de recarga compartida, el futuro del sector también pasa por estos espacios donde la movilidad sigue siendo sinónimo de independencia.
Del kilómetro cero a la transformación
En el fondo, lo que estas mujeres están haciendo no es solo conducir o gestionar rutas: están redefiniendo el significado mismo de progreso.
Porque cuando una mujer en un pueblo remoto consigue que sus vecinas lleguen al médico, al colegio o al trabajo, está reparando algo más que una carretera: está reparando vínculos.
La movilidad rural con perspectiva de género no es un discurso; es una práctica diaria de resiliencia y oportunidad.
Y si el siglo XX inventó la carretera, el XXI la está humanizando —con nombre y acento femenino.


